jueves, 21 de abril de 2011

El tomismo en el México del siglo XX por Mauricio Beuchot, capítulo: Jesús Guisa y Azevedo

Mauricio Beuchot, autor del presente artículo sobre Guisa

Jesús Guisa y Azevedo nació en Salvatierra, Guanajuato, en 1900. Estudió en el seminario de Morelia, sin acceder al sacerdocio, y en 1920 fue a Europa, donde estudió principalmente en la Universidad de Lovaina, hasta 1923. En esa Universidad, de signo católico, se hallaba el Instituto Superior de Filosofía, fundada por el cardenal Desiderio Mercier, a instancias del papa León XIII, el gran restaurador del tomismo o propulsor del neotomismo. Luego pasó a España, donde estuvo hasta 1925. Cargado con ese bagaje doctrinal, Guisa volvió a México y, a principios de los años treintas, cuando Gómez Morín era rector de la Universidad Nacional, y con su ayuda, entra como profesor a la Facultad de Filosofía, pero principalmente se dedicó a publicar escritos polémicos (a veces muy acres) en la revista Lectura , que fundo él mismo. Guisa murió en la ciudad de México, en 1990. (Nota: fue en 1986)

En 1924 publicó El tomismo de Balmes en su tratado de la certeza y, diez años después, Lovaina, de donde vengo, en el que se presenta como profesor de la Universidad Nacional. En esta obra habla del siglo XIII, del tomismo, del neotomismo y de la obra del cardenal Desiderio Mercier. Lo que más le interesa es resaltar la vigencia y oportunidad del neotomismo, es decir, el intento de revitalizar el tomismo con nuevos hallazgos de la ciencia y con el diálogo con las nuevas corrientes filosóficas. Alaba sobre todo la obra del cardenal Mercier, haciendo ver que estaba él mismo al tanto de sus adelantos, y promovía esa información y puesta al día entre sus seguidores y discípulos. Tal era el espíritu que regía el Instituto Superior de Filosofía, creado a instancias del papa León XIII, que pedía una cátedra tomisma, y que se convirtió en todo un instituto:

"Nova et vetera", o nuevo y lo viejo, no superpuestos, no en amalgama inestable, sino en el equilibrio viviente, el de la verdad, que no por ser eterna e inmutable, deja de adquirir matices nuevos, acomodados a las inquietudes del presente. No hay filosofía en sí, esto es, una disciplina, un edificio cerrado herméticamente, sin claraboyas que nos permitan ver el cielo y el mar. La ciencia participa del carácter de la vida y la vida es movimiento, que tiende a la progresión, a la superación, a la perseverancia en el ser. La ciencia filosófica busca, pone en valor las nociones trascendentales. Y cierto que toda filosofía interesa al hombre porque toda filosofía plantea problemas humanos; pero cierto también que ninguna ha manejado lo universal como la escolástica. Históricamente la filosofía verdaderamente "católica", la pensada por todos, la aplicada igualmente a todos, la que era la misma en todas las latitudes, fue la escolástica." (Jesús Guisa y Azevedo, Lovaina, de donde vengo, p. 71).

Se ve, pues, que le interesa destacar la vigencia que tiene esa escolástica, sobre todo en su modalidad del neotomismo, porque integra e incorpora los avances científicos y se propone dar respuestas a los problemas del momento. En este sentido, es un continuador del manifiesto neotomista que habíamos visto hacer a fray Guillermo García, del que hemos hablado ya.

Escribió, adeás, un artículo en el libro elaborado junto con Joaquín García Pimentel y Antonio Brambila, titulado Chesterton. Tres ensayos. Vienen después algunos libros de de filosofía y política bastante estremistas: Doctrina política de la reacción, y otro que lleva el nombre de Hispanidad y germanismo. En Doctrina política de la reacción, por ejemplo, se muestra sumamente antisocialista y habla del triunfo de Franco sobre "los rojos" en 1939 en estos términos: "Triunfó la civilización y este triunfo viene a probar la bondad y la eficacia del hombre, su instinto de salvación, su deseo, su deseo de vida". (J. Guisa y Azevedo, Doctrina política de la reacción, p. 58). Y, en cuanto a la Segunda Guerra Mundial, dice que "era una vil farsa la oposición que Hitler gritaba contra el comunismo. Porque comunismo e hitlerismo son la misma cosa. La diferencia estriba en que los alemanes son bárbaros y en que los rusos son salvajes". (J. Guisa y Azevedo, Doctrina política de la reacción, p. 81). Continua con el tema --que nos interesa más-- del neotomismo lovainense en su libro El cardenal Mercier o la conciencia occidental. En él hace algo parecido a lo que había hecho en el relativo a Lovaina, es decir, resaltar la labor de Mercier como restaurador y renovador del tomismo, esto es, como uno de los paladines del neotomismo.

"Y reconociendo la parte de lo que es fijo y de lo que es transitorio, de lo viejo y de lo nuevo --vetara novis augere-- Mercier fijó las condiciones de toda restauración escolástica. ¿Por qué la tentativa brillante de los dominicos y de los jesuítas españoles e italianos del siglo XVI no tuvo sino un éxito local y efímero? Porque el retorno a las fuentes vitales del siglo XIII no iba acompañado por un interés suficiente en los movimientos contemporáneos. Sin duda Suárez y Lessius discutieron las teorías políticas del protestantismo; pero las concepciones de un Telesius o de un Giordano Bruno y las diatribas de los humanistas los dejaban indiferentes." (J. Guisa y Azevedo, El cardenal Mercier o la conciencia occidental, pp. 32-33)

La clave del éxito del neotomismo, entonces, consiste en atender los nuevos fenómenos, más que en recuperar los contenidos del tomismo anterior. Va más a los principios que a las conclusiones; desde los principios hay que extraer a veces conclusiones nuevas o renovadas, aplicables al momento presente; predomina la adecuación a lo nuevo, a lo actual. Ése es el reto del neotomismo y, según Guisa, eso es lo que ha querido realizar el Instituto Superior de Filosofía de la Universidad de Lovaina, singularmente, su animador, el cardenal Mercier. Esto había comenzado a finales del siglo XIX, pero continuaba pujante a principios del XX y todavía en los años treintas y cuarentas --en los que se da preponderantemente la actividad intelectual y académica de Guisa y Acevedo-- tenía una fuerte influencia e impulso. También escribió Estado y ciudadanía, Muerte y resurrección de México, y Don Quijote y Sancho, y tradujo El hombre de hoy a la luz de la Pecem in Terris.

Algo muy loable de Guisa y Acevedo es su insistencia en que el tomismo se renueve al contacto con la ciencia, como lo realizaban los lovaineses. Lo que no fue tan afortunado fue la lucha tan acerva que libró contra todo lo que significaba la izquierda, a la que opuso una severa reacción. Eso dejó en muchos intelectuales mexicanos que lo conocieron un recuerdo bastante agrio y muchos descontentos, a diferencia, por ejemplo, de lo que el padre Gallegos Rocafull logró de respeto por parte de la izquierda nacional.

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