viernes, 1 de marzo de 2024

Experiencia en campañas electorales de los candidatos de Salvatierra

Fortalezas y ausencias electorales de los candidatos de Salvatierra 

por Pascual Zárate Avila 



Teresa Botello Álvarez se puede definir como una persona cuya lucha ha consistido en desarrollar su propio empoderamiento para alcanzar los derechos laborales y políticos de la mujer.  

Su desempeño ha sido sin protagonismo, es una trabajadora laboriosa con un claro sentido de la jerarquía laboral, tiene la capacidad de armonizar en los equipos de trabajo burocrático y de acción política. 

Sus experiencias laborales remuneradas han sido en la administración pública y en la partidista.  

De personalidad serena, se desempeñó como funcionaria en el Comité Estatal de PAN, como regidora en el periodo de 2015-2018, y al terminar su cargo de regiduría, fue nombrada secretaria del Ayuntamiento 2018-2021, renunciando un año antes de concluir el periodo. 

Se desempeñó como presidente del Comité de Desarrollo Municipal del PAN de Salvatierra, cargo del cual se desprendió para aceptar la candidatura como presidente municipal del periodo 2024-2027. 

Tiene una experiencia amplia en las funciones administrativas, una de sus agendas no llevadas a cabo ha sido no figurar como titular en una elección constitucional para ejecutivo municipal.  




Ismael Flores Rodríguez, un político de larga militancia en el Partido Revolucionario Institucional, quien fungió como contralor municipal en el periodo de la administración municipal 2000-2003, desempeñando a la vez el cargo de presidente del Comité Municipal del PRI en la elección de 2003, proceso donde figuró como candidato a regidor. 

De profesión docente, como profesor ha sido director de las escuelas secundarias técnicas de San Nicolás de los Agustinos y de Salvatierra. 

Con estilo de participación política protagónica, siendo regidor fue de ánimo crítico en los medios de comunicación masiva. 

Tiene experiencia en las etapas de una campaña electoral, pero no ha figurado en una elección como titular de una candidatura a ejecutivo municipal o legislador. 




José Daniel Sámano Jiménez, político caracterizado por sus actitudes disidentes con las formas tradicionales de regir la vida de un cabildo. En 2012-2015 fue regidor por el Partido de Acción Nacional, siendo de posturas críticas en un cabildo dominado por siete ediles del PAN.

De profesión dentista con especialidad en Endodoncia. 

En el proceso electoral de 2021 participó como candidato del Partido Movimiento Ciudadano a la presidencia municipal de Salvatierra. 

Su personalidad de participación política es de estilo protagónica, abierto al diálogo con las diferentes fuerzas partidistas para participar electoralmente. 

Tiene una amplia experiencia en la conducción de las etapas de una campaña electoral y ha fungido como candidato a un cargo ejecutivo en una elección constitucional a la presidencia municipal, logrando una votación suficiente para alcanzar dos regidurías de representación proporcional. 

Es la segunda participación electoral como candidato a la presidencia municipal, ahora siendo parte de un movimiento político: morena.  

miércoles, 13 de diciembre de 2023

Geórgicas Mexicanas de Federico Escobedo (Libro XV: Los juegos americanos; último)

Geórgicas Mexicanas de Federico Escobedo

por la transcripción Pascual Zárate Avila 


LIBRO DÉCIMOCUARTO

DE LA RUSTICATIO MEXICANA

LOS JUEGOS AMERICANOS


Lustra venenatis postquuam montana sgittis,
Horrentesque canum turbavi murmure saltus;
Fert animus pravum ludis míscere lborem,
Et vires fracta revocare quiete...
              Rusricatio Mexicana, Libro XV.

    Tras de haber con venablos matadores 
perturbado la paz de las montañas, 
y atronado, con perros ladradores, 
de las selvas obscuras las entrañas; 
a tan duras labores 
juegos unir el ánimo desea, 
y escenas divertidas, 
en que el cuerpo, ya libre de tarea, 
las fuerzas pueda reparar perdidas. 

    ¡Oh de Tíndaro jóvenes hermanos! 
vosotros, que encontráis esparcimiento 
frecuente en disparar discos livianos, 
para quitar del alma el sufrimiento; 
¿a qué fiestas --decid-- los mejicanos 
se entregan con mayor contentamiento? 
Y, ya que, siendo niños, os fue grato 
presenciarlas; hacednos su relato. 

    Y, desde luego, empezaré cantando, 
con versos numerosos, 
a los que son de gallináceo bando 
sultanes poderosos; 
que van, con armas y con fuerzas muchas, 
a contender en generosas luchas; 
ya que no pueden oponerse trabas 
a estas pugnas frecuentes, 
que nos descubren de las aves bravas 
--nuevos monstruos-- los ímpetus ardientes. 

    Apenas va, con la cerviz enhiesta, 
el gallo retador, envanecido 
por el rojo penacho de su cresta 
y el lujo sin rival de su vestido, 
garboso paseando; 
y en asiduo galán ya convertido, 
va a las tiernas gallinas requebrando; 
cuando, a una, el desmedido 
afán del juego, y el placer costoso, 
del escuadrón hermoso 
lo separan, y dejan recluido 
en el recinto de redil premioso; 
donde viene amarrado 
de una pata, con puertas ligaduras, 
lo tienen emplazado 
para que las lides del palenque duras. 

    En un principio, el ave se lamenta, 
y de tanto llorar enloquecida, 
librar el cuerpo intenta 
servidumbre tal, nunca sentida. 
Mas pronto ya contenta 
con el plácido hogar y la comida 
que mano cuidadosa le presenta; 
ya por toda la estancia 
espaciándose, llena de arrogancia. 
Y, con voz oportuna, 
ora le canta al sol, ora a la luna. 

    Surge del gallo en la cerviz enhiesta 
enrojecida cresta; 
tinta en rojos carmines 
lleva la barba; y por el grácil cuello 
se desparraman abundosas crines, 
que aspecto ofrecen deslumbrante y bello. 
Y la flexible cola, acrecentada 
por encrespadas ondas de cabello, 
al nivel de la testa, va curvada 
por venustas flexiones; 
y las patas, del vulgo a la mirada, 
presentan sus potentes espolones. 

    Con todo, las personas (y son muchas) 
que de los gallos las feroces luchas 
contemplando, de júbilo se llenan; 
a estas valientes aves, 
sin piedad les cercenan 
la barba y cresta y espolones graves; 
de éstos quedando sólo reservada 
una pequeña parte, 
en la que el jugador deja, con arte, 
una exigua navaja colocada, 
y ceñida, con blanda ligadura, 
a la del gallo pierna delicada. 
Y todo con el fin de que, llegada 
de la feroz pelea 
la fecha de antemano señalada, 
y que tanto por todos se desea; 
quien quiera que lo intente, 
lleve su gallo armado 
de puñal encorvado y refulgente, 
y retador, al sitio señalado, 
en el que deba contener valiente. 

    De tal sitio la traza, 
la forma tiene de pequeña plaza, 
en superficie plana contenida; 
aquí y allá teñida 
con las señales de la sangre ardiente, 
y las de horrenda mortandad reciente; 
y por los lidiadores 
dedicadas de Marte a los furores, 
de tiempo atrás, con devoción ferviente. 
Plaza que, en torno, ofrece numerosos 
asientos a la gente 
que, con clamor ingente, 
a los gallos aplaude victoriosos; 
y que va a tales fiestas 
para, entre sí, cruzar fuertes apuestas. 

    Luego que el vulgo clamoroso llena 
de la plaza la extensa galería, 
dos gallos se colocan en la arena 
del palenque, ajustar con bizarría; 
los dos para luchar a percibidos, 
pues de mortales armas van ceñidos. 
En súbitos enojos 
los pechos de las aves encendidos, 
la boca bañan en matices rojos; 
y, a rayos parecidos, 
son los fuegos que lanzan de sus ojos. 
Y con la gola crespa e inclinada 
a tierra la cerviz, ambos se excitan 
a la contienda armada, 
y hacia ella con juró se precipitan! ...

    Mas, porque no se entregue presuroso 
a un combate dudoso 
el pájaro marcial o, en porfiada 
lucha, gaste su aliento vigoroso; 
o, para con la espada 
poder mejor herir; va cauteloso, 
con ojos muy atentos, 
del contrario explorando peligroso 
la actitud y menores movimientos. 

    Después. Con repentino 
salto, a través del aire cristalino, 
volando, va derecho 
contra el rival que espéralo mohíno, 
azotándole el pecho con el pecho, 
al enemigo urgiendo 
con duros golpes de espolón tremendo; 
llevando entrelazadas 
las piernas y navajas delicadas; 
hasta que, al fin, ya dome 
la ira feroz, que el pecho la envenena, 
y, vencido el contrario, se desplome, 
de muerte herido, en la rojiza arena. 

    ¡Vuelan las plumas por el vago viento!... 
y del vientre rasgado 
las entrañas escápanse, al momento; 
y el luchador, habiendo ya regado 
el ancho coso con raudal sangriento, 
sucumbe a su destino desgraciado. 
El vencedor, de júbilo radiante, 
de su triunfo blasona, 
en medio a la corona 
del pueblo, que le aclama delirante; 
y con alas de oro 
haciendo estremecer el arrogante 
pecho, exhala triunfante 
de la victoria el cántico sonoro. 

    Como cuando en los campos anchurosos, 
de rabia enloquecidos, 
se acometen dos toros que, furiosos, 
con los cuernos unidos 
se hieren y, con golpes numerosos 
entre sí se castigan, 
y sin tregua, se acosa y fatigan; 
hasta que gane el lauro codiciado 
el cuerno, que, en la lid, haya triunfado; 
no de otra suerte, el gallo, de fulgente 
navaja bien armado, 
quiere con lauros coronar la frente 
dejando al enemigo de derrotado. 

    Mas si, con todo, el gallo victorioso 
(estando su rival ya agonizante) 
espantase medroso, 
y en su frente arrogante 
el cabello se crispa tembloroso, 
y dando las espaldas, presuroso 
vuelve los pies atrás; con el triunfante 
lauro, inmediatamente 
(ya el gallo vencedor puesto en olvido 
por cobarde), la gente 
pugna, más bien, por coronar la frente 
del otro que, aun exánime, ha vencido. 

    El vulgo, después de ésta 
lucha, otras nuevas a entablar se apresta; 
entre ambas luengo espacio interpolado 
de tiempo, cuando Febo 
va la mitad del cielo ya tocando; 
o en tinieblas sombría 
la noche oculta el resplandor del día. 
Pero, pronto, la turba antojadiza 
ve con tedio las lides de los gallos, 
cuando se le presentan en la lisa 
para correr veloces los caballos; 
pudiendo en tales fiestas, 
de dinero cruzar fuertes apuestas. 

    Para la incierta, rápida carrera, 
sagaz la turba escoge dos bridones 
de pulcra estampa y arrogancia fiera, 
y nobles condiciones. 
Llevan, por eso, el vientre recogido 
cautivo del ijar en las prisiones, 
delgada la cabeza y enarcado 
el cuello, y la anchurosa 
nariz, vertiendo, llama vaporosa; 
y los pechos turgentes 
por remos separándose potentes. 

    Mas, para las futuras 
lides, los combatientes, bien calzados 
de férreas herraduras 
muestran a los corceles afamados; 
y disponen que vayan los criados 
sobre lomo de aquéllos, en monturas 
cómodas asentados, 
de retorcidos látigos armados. 
Y de júbilo llenos, 
satisface a los jóvenes los frenos 
sólo llevar; y gozan 
en montar los caballos, que retozan 
ya inquietos, de la pista en los terrenos; 
mostrando su alegría 
todo el pueblo, con roca gritería. 

    Después de que, con planta reposada, 
ha quedado la pista mensurada, 
y ya para los hábiles cursores 
la meta señalada, 
a la que han de llegar emuladores; 
intenta cada cual, con verdadero 
entusiasmo, el primero 
ser que conquiste el victorioso lampo, 
salvando, en un ligero 
potro, de Olimpia el anchuroso campo. 
Así que, de uno y otro 
esforzado curso el noble potro 
las manos ya levanta, 
inquieto por llevar la delantera 
en la veloz carrera, 
que trata de ganar con ágil planta. 

    Empero, a los jinetes arrogantes, 
que acariciando van los dilatados 
lomos y las flotantes 
crenchas de los cabellos alisados; 
arrojan los caballos voladores 
igníferos vapores 
que brotan de sus pechos abrazados. 
Y cuando por la pista raudo vuelan, 
cual ábregos furentes, 
las manos con las manos en nivelan, 
y se juntan las frentes con las frentes. 

    Mas, luego que los dos han escuchado 
de la trompa el clangor, y recibido 
de partir la señal; pronto y de grado 
la acatan y, a través del extendido 
campo, más raudos que veloz saeta, 
salen corriendo a conquistar la meta. 
Vuela éste apresurado, 
como rayo que fuera disparado 
de las etéreas salas; 
rapidísimo aquél también se mueve, 
y del céfiro leve 
muy atrás deja las veloces alas; 
y luchan en mostrar con arrogancia 
de sus ágiles remos la prestancia; 
y sobre quien, primero 
la meta habrá de conquistar ligero. 
Y cuando van, con esforzada brega, 
de la pista corriendo por la vega 
los brutos jadeantes, 
por el fragor confuso que, livianos 
producen al correr, quedan los llanos 
rimbombando con ecos resonantes... 

    Al potro que ya va la delantera 
llevando, llega el otro 
a superarlo en la veloz carrera; 
pero, de nuevo, el superado potro 
del segundo lo ímpetu supera; 
y yendo con las frentes igualadas, 
aceleran sus marchas esforzadas; 
largo tiempo quedando 
con indecisas alas la victoria 
por cima de los émulos volando. 
Los jinetes, en tanto, a los bidones 
fatigan con cerrados espolones; 
y los van acosando 
con golpes de apretados varejones 
ya sobre lomo o en el cuello blando; 
hasta que, al fin, le sea concedido 
por la suerte al caballo victorioso, 
dejar en la carrera ya vencido 
a su émulo, y glorioso 
poder ceñir el lauro merecido. 
Al jinete triunfante 
acogen con aplausos delirante 
y vivos clamoreos, 
de la alegre ciudad los moradores, 
que renuevan los hípicos torneos 
para solas de mil espectadores.

   No hay, empero, función más deseada
por la animosa juventud florida,
como verse empeñada
de bravos toros, en la lid temida.
Presentase anchurosa
plaza, de extenso redondel ceñida,
que a la turba, que acude numerosa,
da en múltiples asientos acogida,
y aparece hermosa
por los varios colores que la tiñen,
y los varios tapices que la ciñen
y, a ella entra, de grado,
sólo el que es verdadero aficionado,
ya por que sepa con saltar ligero
de vigorosa planta, las brutales
embestidas burlar del toro fiero,
o sujetar, con rígidos raudales,
de Ethón a los fogosos animales.

    Conforme a las pasadas
costumbres, ya las cosas preparadas. ,
salta pronto al anillo
del redondel, indómito novillo
de estatura prócera,
y cerviz retadora y altanera,
dejando traslucir siniestro brillo
de rabia por los ojos,
furor alimentando truculento
dentro del corazón, y ya sediento
de acabar de una vez, con sus enojos,
hundiéndolos en piélago sangriento,
para borrarlo con matices rojos.


    El novillo, corriendo presuroso
del palenque en redor, fiero amenaza,
y hace temblar al pueblo numeroso
que las gradas ocupa de la plaza,
hasta que, valeroso,
y tranquilo y sereno el púgil llega,
y, con la fina capa que despliega
enfrente del cornúpeto alevoso,
de éste y, sus fieros ímpetus doblega ,
y harta fuerza le quita,
si bien, con nuevos lances, más irrita
la acumulada rabia que lo ciega.


    En tanto, cual venablo retorcido
por vigoroso nervio,
se dispara el torete enfurecido
contra el púgil, que rétalo soberbio,
seguro de poder con afilado
pitón dejarle el pecho atravesado,
y una vez ya teniéndole prendido
en las astas feroces,
con ímpetu lanzar el cuerpo herido
a través de los céfiros veloces!...

    El lidiador, entonces, con la capa,
de los duros ataques se defiende,
muda el cuerpo de sitio y se agazapa,
con un salto, después, el aire hiende,
y así, fácil escapa
de la muerte que dársele pretende.
Empero, cada vez, más inflamado
en iras el torete,
con el vigor brutal del que fue dotado,
todo su cuerpo está, fiero acomete,
segunda vez, al luchador osado,
y rabia de tal suerte,
que arroja espumas y amenaza muerte.
Mas aquél, preparado
teniendo ya en la mano un rehilete
pequeño, cuando observa que el novillo
siguiendo va, con el testuz doblado,
los vuelos del airoso capotillo,
con rapidez, clavado
le deja el duro hierro en el morrillo.

    Por el venablo agudo traspasado
el novillo cuitado,
se eleva hasta la bóveda serena
del cielo, y, con mujido prolongado,
la plaza toda, en derredor, atruena.
Mas, cuando trata el rábido novillo
de arrancarse el venablo del morrillo,
y, corriendo, procura
suavizar el dolor que le tortura,
el lidiador, entonces, el manguillo
sutil jugando, de fornida lanza
con brazo musculoso,
hacia el torete con valor avanza,
y le opone fogoso
corcel de fuerza mucha,
que con largo relincho y fragoroso
provocándolo está para la lucha.

El cornúpeto, en tanto, resentido
del duro astil que lo deja herido,
para vengar su pena,
acosa sin cesar, el muy astuto,
con el fin de rendirlo, al noble bruto,
tolvaneras de arena
dejando por los aires esparcidas,
y, ocasiones buscando,
para atacar, con nuevas embestidas,
a los que en contra de él, están luchando.

Se tiene en pie el fogoso
corcel, con orejas arriscadas
atento, y cuidadoso
a no sufrir mortíferas cornadas,
mientras el hábil diestro considera
los intentos aviesos de la fiera.
Entonces, ésta, más veloz que el viento,
las plantas aligera, y acomete
con poderoso aliento,
al caballo y al chuzo y al jinete.  
Pero, al punto, las bridas aflojando
al bridón, el jinete habilidoso,
con duros aguijones va acosando
la espalda del cornúpedo furioso,
y con la férrea pica refrenando
su cuello vigoroso,
ya defendido queda y a cubierto
de fieros golpes y extermino cierto.

    Mas, si el juez que preside la"corrida",
al toro quebrantado en la pelea
por cien heridas, manda que la vida
ya quitada le sea,
intrépidos acuden, en seguida,
a ejecutar la trágica tarea:.
el atleta potente,
armado de un estoque refulgente,
y de un hastil de acero
bien aguzado, el noble caballero.
Y los dos luchadores,
desde luego, provocan con clamores
para que a ellos acuda,
el bravo buey que, con la sien cornuda, 
manifiesta designios vengadores,
y al que acosando van con la pica aguda
para tener a raya sus furores.
Al castigo doliéndose la fiera,
más en ira se enciende y exaspera,
el súbito clamor la vuelve loca,
y acomete ligera
al que con voz y hierro la provoca.
    
Entonces, tras la capa, que lo oculta,
saca el estoque de siniestro brillo
el atleta cruel, y lo sepulta
hasta el puño, del toro en el morrillo,
o bien, el caballero,
cuando bravo, hacia él, el toro viene,
con un rejón de acero
lo quebranta y sus impetus contiene,
y el acerado astil deja clavado
en la soberbia frente del astado,
que dobla las rodillas, al momento,
y, perdido el aliento,
queda en la roja arena derribado.
Siguiese a esto, del triunfo los clamores 
y las palmas de mil espectadores;
y del púgil osado,
el resonante triunfo es celebrado
por todos, con aplausos y loores.

    Mas, también, por haber en demasía 
el púgil confiado 
en la espada sutil, la res bravía 
lo arroja por los aires, traspasado 
el noble pecho por el asta impía; 
cediendo el púgil fuerte 
--maguer le duela-- a su contraria a suerte. 
Y la res, no saciado 
el encono feroz que la envenena, 
sigue atacando el cuerpo derribado, 
que se revuelve en la rojiza arena. 
El pueblo horrorizado, 
niégase haber tan espantosa escena, 
lamentando con pena 
el riesgo del amigo infortunado. 

    Después, a las corridas que preceden 
en orden, otras nuevas se suceden; 
mientras agrada al ánimo y lo esparce 
formar de juegos caprichosos engarce. 

    Suele, a veces, también, a un corpulento 
novillo, a las dehesas arrancado, 
de muchas libras y feroz aliento, 
dejar la juventud bien apañado, 
para tomar sobre su lomo asiento. 
El joven animoso, 
en cuya frente el entusiasmo brilla, 
ciñe (como al caballo generoso) 
de la fiera, el velloso, 
movible lomo con ligera silla; 
llevando rodeado 
con fina cuerda el cuello delicado; 
de la que, a poco, sírvese, supliendo 
con ella así la falta 
de las bridas; e impávido subiendo 
a lomo del "berrendo", 
que se resiste y furibundo salta; 
cabalga sin cuidado, 
de rígidas espuelas los talones 
ceñidos, y apoyado 
de la silla ligera en los arzones. 

    Con esto, más la fiera 
de su pecho las cóleras excita 
y, en torno a la barrera, 
rabiando de furor, toda se agita; 
con sacudida pronta 
intentando arrancarse de la espalda 
al intrépido mozo que la monta; 
o, ya erguida levantase, rompiendo 
con el asta curvada las veloces 
alas del éter puro; o bien, hiriendo 
el aire va con repetidas coces; 
y en carrera anhelante 
se dispara feroz, acometiendo 
a cuantos de ella pasan por delante. 
Y cuando intenta con ligero salto 
las barreras saltar del ancho coso, 
se llena de temor y sobresalto 
de la plaza el concurso numeroso, 
que, turbado, abandona los asientos, 
formidando del toro los intentos. 

    Como cuando en los secos arenales 
de la Libia un león, viéndose herido 
por numerosos golpes de mortales 
flechas, enfurecido, 
a través de su boca ensangrentada, 
deja escapar horrísono rugido, 
que turba la callada 
soledad del desierto; y ya sacando 
las uñas codicioso, 
va por doquier buscando 
al enemigo que le hirió alevoso; 
o rápido saltando 
por los aires, agitase furioso; 
y al venatorio bando 
con carrera veloz va fatigando; 
no de otra suerte, el toro enfurecido 
por ir sobre sus lomos soportando
 peso desconocido; 
en la plaza en el ruedo 
siembra la confusión, pues va atacando 
a éstos y a aquéllos, con igual denuedo. 
Mas el muchacho, con el cuerpo inmoble, 
de la red sobre lomo siempre erguido 
se tiene firme, cual enhiesto roble, 
y va, con repetido 
golpe de calcañares, 
acosando del toro los ijares. 

    Otras veces, también, arduo jinete 
cabalgando en un toro de respeto 
con largo chuzo obliga a que del seto 
salga nuevo torete; 
al que, una vez ya libre de clausura, 
cuando triscando va por la llanura 
con repetidos golpes lo acomete. 
Llenase, en un principio, de pavura 
y espantó el bruto fiero, 
ante la nueva colosal figura; 
y vuelta ligero 
dando, evitar procura 
al toro convertido en caballero. 
Mas, después, acosado 
por el astil que el lomo le tortura, 
hierve en la ira abrazando; 
y al que corre, tras él, apresurado, 
en viste con indómita bravura; 
y los cuernos uniendo, 
los dos se empañan en combate horrendo. 

    Mas el mozo, que yérgese sublime 
sobre el toro bragado, 
con un bote feroz de la que esgrime 
pica sutil, el duelo porfiado 
con prontitud y habilidad dirimir; 
y, en entusiasmo ardiendo, 
(para, de nuevo, acrecentar sus goces), 
sigue, a través del campo, persiguiendo 
férvido a los cornúpetos feroces; 
hasta que, al fin, depongan sus furores 
y del todo se amansen, 
por las muchas fatigas y sudores 
que les causa la brega; y de labores 
tan duras y onerosas ya descansen. 

    Después, la juventud une a las fieras 
contiendas de los toros y los gallos, 
las novedosas, célebres carreras, 
que se conciertan entre dos caballos; 
de los que en la prolija 
espalda un joven animó fija 
los vigorosos pies, como un maestro 
equilibrista, pues posada lleva 
la diestra planta en el caballo diestro, 
y afirmada la izquierda en el siniestro; 
y, arriscado se eleva 
por cima de los dos y, con réndales 
tiende a raya a los nobles animales. 
El firme caballero, 
con la fuerte presión de sus talones 
y ronca voz, excita a los bidones 
a que se especien en correr ligero. 
Y teniendo de entrambos enfrentadas, 
las bocas; cuando, en repetida carrera, 
ve que sus plantas van precipitadas, 
la sabe contener y las modera; 
por lo que ya, con marchas igualadas, 
van los potros cruzando la pradera. 
Hábil, después, conduce 
a los nobles, alígeros bridones; 
de los cuales reduce 
los caprichosos giros e inflexiones, 
a un círculo de magnas dimensiones; 
sin que, ni por asomos, 
sus plantas dejen los equinos lomos.

    Otras veces, el pueblo, en los confines 
rústicos a los toros ya dejando, 
se gocen celebrar los "volatines
en que inexpertos hombres van volando: 
Córtese en la escarpada 
cima del monte, resinoso pino, 
que va a herir con la frente desgreñada 
la techumbre del cielo adamantino. 
Después, según costumbre, recordado 
el pelo de la umbrosa cabellera, 
se alza, en medio a la olímpica barrera, 
el árbol de a Cibeles consagrado. 
El cual, de recio cable rodeado, 
(cual se cadena firme lo ciñera) 
al que llega porfía 
de su copa gigante a la cimera, 
muestra la gradería 
flexible de una típica escalera. 

    Después el pino erecto 
por un paralelogramo perfecto 
de fuerte roble queda coronado, 
y apto para, en sinuosos 
giros, hender los aires vagarosos; 
de cuyo centro medio levantarse 
una pértiga pueda, 
despojada de músculos fibrosos, 
y por bicorne cima recortada 
que, en movimiento presto, 
vaya del cuadro opuesto 
la rotación siguiendo acelerada; 
y vueltas haga dar, como a una esfera, 
al que ocupa del árbol la cimera. 

    A este árbol, ciertamente, 
acomoda sus muslos la ferviente, 
lozana juventud, que el dorso oprime, 
con jarrete potente, 
del roble que levantase sublime; 
al que, con arte y modo, 
va dominando con el cuerpo todo. 
Solícita, después, y con esmero 
introduce en el cable redoblado, 
partido, en dos porciones, un madero 
(do seguro en doncel está sentado); 
y al que, en torno, rodea 
con estringente, rígida correa; 
que, habiendo desatado 
de sus lazos el nudo, se le vea 
con ellos ir barriendo el dilatado 
campo del circo y, con potente brío, 
lanzar --a los que vuelan-- al vacío. 

    Como trompo movible suele, a veces, 
de circulares cuerdas ir ceñido 
y, en su girar constante, 
lo llegan a dejar como "dormido"; 
mas cuando ya por tierra se desata 
girando, como esfera, 
y su volumen curvo se dilata 
en rotación ligera;
súbito viene el viento 
los lazos que lo tienen bien ceñido 
a deshacer con brusco movimiento; 
no de otra suerte, el árbol, oprimido 
de cables por las fuertes ligaduras, 
gira en rápida vuelta 
por los aires, y suelta 
de sus amarras las cadenas duras. 

    Entonces cuatro mozos escogidos 
de entre la juventud, enmascarados 
yendo todos, y todos adornados 
de vistosos y espléndidos vestidos, 
subiendo con presura, 
llegan del "cuadro" a la sublime altura;
y no verás, entre estos, asentados 
a otros mozos venidos 
de fuera, sin que ciñan sus costados 
con los lazos de cables retorcidos. 
Mas, cuando ya sí ceñidos 
por las cuerdas se ven los animosos 
jóvenes; suspendidos 
de la cintura, saltan presurosos 
en repentino vuelo, 
con dirección hacia el profundo suelo. 
A poco, la potente 
máquina se flexiona; y, juntamente 
desplegando los cables enrollados 
en el cilindro bífido y crujiente; 
a los que en anchos cables van sentados, 
mueve a quien dejen en el puro ambiente, 
de lunas en creciente 
los círculos hermosos dibujados; 
y, en flexiones ligeras, 
a que junten esferas con esferas. 
Los vientos incoloros 
baten entonces con los pies; y agitan 
en las manos los címbalos sonoros; 
y el entusiasmo excitan 
de la gente sencillas 
que aplauden, sin cesar, desde sus sillas; 
hasta que, al fin, los frenos ya soltados 
del toro, y, vacilantes las rodillas, 
a tierra derribados 
vengan a dar con golpe repentino; 
como a los que tumbados 
deja la fuerza de espumoso vino. 

    El pueblo bullanguero 
a este palo su planta 
por otro que, altanero, 
a los cielos su cúspide levanta; 
y al que celebra ansioso, 
de risas con caudal estrepitoso. 
Mas luego que el artífice a raído 
con el fierro, y pulido 
hasta dejarlo liso al tosco leño; 
con singular cuidado, 
y de la uña sutil con el empeño; 
deja el palo empapado 
del aceite animal en la grosura, 
hasta que ya "encebado", 
todo, en redor, destelle de blancura. 

    Entonces se levanta con presteza, 
en la mitad del circo, el arrogante 
tronco, cuya corteza 
lustrosa por demás y deslumbrante, 
burlará de no pocos la torpeza. 
Y del cual en la frente levantada, 
como rica presea, 
una Copa de acero elaborada 
y de dones colmada, 
la codicia de muchos espolea. 

    Mas no del vulgo el afanoso empeño 
logrará hacerse dueño 
de la preciada plata 
en que abunda la copa, si no trata 
primero de escalar el alto leño 
con fuerza superiores; 
y, mediante fatigas y sudores, 
y, tras brega prolija, 
la copa arranque, con robusta mano, 
del alto sitio en que se encuentra fija. 

    Muchos, después, con redoblado empeño, 
de astucia y fuerza usando, 
intentan despojar el alto leño 
de los dones que de él están colgando. 
Sus vacilantes piernas con torcidos 
cordeles éste ciñe con esmero, 
para que así sus pies robustecidos, 
puedan asegurarse en el madero. 
Ciñe aquél ambas manos con agudos 
garfios, y con la punta ya clavada, 
va oprimiendo del roble la corteza; 
y con esfuerzos rudos 
levanta los nervudos 
miembros que se deslizan con presteza. 

    Mas, apenas los dos, arrebatados 
por esperanza leve, 
y en las trementes curvas apoyado, 
han recorrido breve 
espacio en el camino 
que van abriendo en el añoso opino; 
cuando, súbitamente, 
despeñados del árbol eminente, 
en rápida caída 
ruedan por tierra lastimosamente, 
ya la esperanza de vencer perdida. 
En risa estrepitosa 
rompe, al punto, la turba jubilosa; 
y con tenaz porfía 
exhorta a los caídos a que emprendan, 
por vez segunda, la penosa vía; 
animado, de nuevo, su constancia 
con el Bill interés de la ganancia. 

    Por dónde, con empeño, 
mayor, retornan a escalar el leño, 
revolviendo en su mente numerosos 
presagios, y medrosos 
de que puedan, acaso, 
tener que lamentar nuevo fracaso. 
Pero, al ver sus esfuerzos malogrados, 
pues cuántas veces ascender procuran, 
otras tantas se miran derribados 
por tierra; no se curan 
ya de obtener los dones ofrecidos, 
sus trabajos dejando interrumpidos. 

    Mas, a veces, garrido mozalbete 
con tal fuerza acomete
 la empresa de vencer; que al tronco oprime 
con garra poderosa, 
y arranca de su vértice sublime, 
con la diestra, la copa victoriosa. 
Toda la gradería 
aplaude al vencedor con alegría; 
y su nombre pregona 
doquier, y de alabanzas la corona. 

    Nada, empero, más digno de mirarse 
por quien todo lo anota, 
como la fiesta típica, en que el Indio 
muestra su habilidad en la pelota. 
Aquél, primeramente, 
suele sacar de resinoso pino 
densa goma, que lleve el peregrino 
nombre de caucho, que le da la gente; 
y con el cual, formada 
viene a quedar una pelota ingente, 
flexible y delicada, 
y tanto así ligera; 
que, con frecuentes saltos, fácilmente 
a las brisas alígeras supera. 

    Entonces, con la mano que flexiona 
hábil el indio, finge una corona 
ingente, cuando el ímpetu primero 
arroja con violencia 
el elástico globo que, ligero, 
va a trazando sutil circunferencia; 
sin que a nadie le sea permitido 
impedir, con las manos, 
de la pelota el brote repetido, 
ni invalidar sus círculos livianos; 
sino, más bien, prestarle decidido 
apoyo y valimiento, 
por varias artes y diversos modos; 
infundiéndole aliento 
con el potente fémur y los codos, 
y en su favor haciendo maravillas 
de pujanzas los hombros y rodillas.

    Después, ya que, con brío 
se lanza la pelota en el vacío, 
la turba, en la ancha vega, 
con frecuentes saltar se agita y brega. 
Con el codo potente, 
éste de la pelota se despega, 
y la arroja a los aires velozmente; 
mientras aquél, cuando la ve que llega 
girando, como suele, 
con vigoroso muslo la repele; 
y, cuando, con presteza 
ya despeñada viene de la altura, 
uno, luego le opone la cabeza; 
mientras otro procura, 
dando a sus corvas suma ligereza, 
con ímpetu violento 
otra vez arrojarla por el viento; 
o, con entrambos muslos, 
sujetarla a continuo sufrimiento. 

    Pero, si alguna vez, en la extendida 
plaza cayeron la pelota en ingente, 
con rodillas y codos, prontamente, 
conviene socorrer a la caída; 
y del campo patente 
levantarla a los aires nuevamente. 
¡Entonces es deber cómo afanosos 
van los indios girando, 
a través de los campos anchurosos, 
de nuevo a la pelota levantando 
con los codos o muslos vigorosos!... 

    Pero si alguno, a la volante esfera 
de tocarla tuviere la osadía, 
metiéndole las manos, la severa 
ley violando, quizá, por tontería; 
ya queda, desde luego, 
por obra tal, el mísero, infamado, 
y apagar obligado 
todos los gastos que origina el juego.